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Columna de opinión del Prof. Gustavo González, Director de la Escuela de Periodismo
Por primera vez, este año fue otorgado en forma póstuma el Premio Guillermo Cano, que la UNESCO (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) entrega oficialmente cada 3 de mayo, en el Día de la Libertad de Prensa. El reconocimiento ¿si puede llamarse así en este caso¿ recayó en Anna Politkovskaya, la periodista rusa asesinada en octubre de 2006, presumiblemente por los servicios secretos del gobierno de Vladimir Putin.
En siete años de constante cobertura de la llamada segunda guerra de Chechenia, Anna Politkovskaya denunció las violaciones de derechos humanos cometidos por las tropas rusas contra la población de la república separatista. El conflicto que se libra allí, al igual como ocurre en Darfour y en otros puntos "marginales" del orbe, cobra dimensiones de genocidio pero no alcanza la misma cobertura mediática que Irak, tal vez porque ni Chechenia ni la región de Sudán constan en los mapas geopolíticos de la cruzada mundial de occidente contra el terrorismo.
Desde el año 2000, y antes que Politkovskaya, otros 12 periodistas fueron asesinados en Rusia a manos de supuestos paramilitares. Se trata de crímenes que nunca fueron aclarados por el gobierno ruso, pese al creciente poder que acumula Putin, un gobernante al cual se acusa de inspirarse en los esquemas represivos del sistema comunista que pasó a la historia con la disolución de la Unión Soviética a comienzos de los años 90.
Y es que el totalitarismo, independientemente de su signo, así como el crimen organizado siempre verán en la libertad de prensa a un enemigo. Guillermo Cano, director de El Espectador de Bogotá, fue asesinado en 1986 cuando desde ese periódico mantenía una campaña permanente de denuncia contra las mafias del narcotráfico y sus vínculos con el poder.
Durante el año 2006 fueron asesinados en el mundo 150 profesionales de la información. En Colombia tuvieron lugar tres de esos crímenes, pero además se registró un atentado contra la infraestructura de un medio, 77 periodistas fueron amenazados de muerte, otros 10 se vieron forzados al exilio, tres sufrieron secuestros y hubo 24 casos de tratos inhumanos y degradantes (léase torturas). La estadística se completó con detenciones ilegales durante el año de cinco periodistas colombianos.
La UNESCO, que trasladó este año la conmemoración del Día Mundial de la Libertad de Prensa a Medellín, dio así un testimonio de respaldo a los periodistas que arriesgan a diario su vida en el país más violento de América del Sur, pero que está lejos de ser el único de América donde se cometen a diario atropellos contra la prensa, partiendo por el propio Estados Unidos, donde el gobierno de George Bush intensificó en los últimos años mecanismos de presión hacia los medios independientes.
Los asesinatos, secuestros y amenazas constituyen a la vista del mundo la "punta del iceberg" sobre los abusos contra los periodistas y la libertad de prensa. Pero en este 3 de mayo es conveniente reflexionar también sobre las múltiples formas de coacción y de censura, generalmente encubiertas, que se ejercen en contra del derecho a informar y a ser informados. Desde los vetos a determinados temas "valóricos", al blindaje de personajes poderosos se van entretejiendo redes de contención de la labor periodística, que cobran espesor igualmente con las asignaciones arbitrarias del avisaje estatal o la subordinación a la publicidad privada.
La libertad de prensa va de la mano con la libertad de expresión y debe ser entendida fundamentalmente como el soporte para que el periodismo desarrolle su función inherente de servicio público a favor de la sociedad. Pero esa libertad se diluye cuando es apropiada por poderes institucionales, que actúan en nombre de las razones de Estado, o por poderes fácticos que confunden interesadamente la libertad de prensa con la libertad de empresa.
Texto: Gustavo González |
Fecha de publicación: Viernes 4 de mayo, 2007 |
Prof. Gustavo González