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Patricia Stambuk, Premio Nacional de Periodismo 2023 y egresada de nuestra escuela
En sus tránsitos entre Viña del Mar, Santiago y Punta Arenas, la también escritora recorre en esta entrevista sus recuerdos de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, su vínculo con la escritura y el rol de la profesión en la construcción de memoria y sociedad. "Las regiones no pueden perder sus medios propios, sería negarse a sí mismas", plantea Patricia Stambuk, Premio Nacional de Periodismo 2023, sobre el centralismo informativo y el desarrollo de medios locales.
“Estoy muy dedicada a lo académico, por mi función en la Junta Directiva en la Universidad de Magallanes y de vicedirectora de la Academia Chilena de la Lengua”. Estas son algunas de las tareas en las que el Premio Nacional de Periodismo 2023 encontró a Patricia Stambuk, profesional de la Universidad de Chile, quien este año, el 25 de agosto, recibió el reconocimiento.
Un jurado integrado por el ministro de Educación, Nicolás Cataldo; la Rectora de la Universidad de Chile, Rosa Devés; el Rector de la U. Alberto Hurtado, Eduardo Silva, en representación del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCh); el presidente del Instituto de Chile, Joaquín Fermandois; y el último galardonado en la categoría, Ascanio Cavallo; determinó que la autora de la primera biografía de Violeta Parra y de obras que relevan el legado y vida de los pueblos originarios –o antiguos como les denomina-, fue acreedora del reconocimiento de manera unánime.
¿En qué otras labores está Patricia Stambuk? “Sigo en la investigación y la escritura testimonial, que es mi eje terrestre o línea de los polos, o sea, lo que mueve mi pequeño mundo ¡Más inclinada hacia el sur, por supuesto!”, relata la también ganadora del Premio Manuel Montt 2019 por su libro “Rongo: la historia oculta de Isla de Pascua”.
No se explican el uno sin el otro. Escribo porque soy periodista y la mayor parte de mi obra nace de la piedra fundamental de esta profesión, que es la entrevista, y para construir mis libros he tenido que preguntar una y mil veces. Sin este género, que va desde la más sencilla pregunta informativa a la más elaborada y documentada del ámbito interpretativo, no hay periodismo.
Sin duda que mi trabajo escritural requiere un lenguaje literario que sobrepasa las necesidades diarias del periodismo, aunque no tanto, si consideramos el tono de muchas columnas de opinión y reportajes. Allí se completa este subgénero del periodismo literario.
Los pueblos originarios o antiguos, como me gusta llamarles para insistir en que todos ellos nos antecedieron, tienen mucho que enseñar y compartir desde sus particulares visiones de mundo. No hay que esperar el conflicto, la tragedia, la protesta, para hacer reportajes sobre sus costumbres, aspiraciones y demandas. Ni esperar que asuman en cargos oficiales para entrevistar a sus representantes. La frontera norte es noticia permanente por los cruces ilegales, pero rara vez sabemos qué hacen, piensan o reclaman los habitantes de los pueblos limítrofes, o por qué emigran, o dónde estudian sus hijos, o qué pasa con sus cultivos y ganado. No los vemos, parecen invisibles como parte de la comunidad nacional, pero desde el periodismo podemos y debemos contribuir a tener una visión más integradora y sanamente diversa de nuestra sociedad.
Las regiones no pueden perder sus medios propios, sería negarse a sí mismas y no verse en esa foto diaria que es la vida de la ciudad. Un corte de agua en la Región Metropolitana no es algo que afecte o les interese en Puerto Montt o Curicó, pero hay que escuchar y ver ese pequeño drama capitalino por horas en la televisión chilena, que en realidad es la televisión santiaguina.
Es muy escasa la aparición en la prensa nacional de asuntos regionales que no sean grandes crímenes, tragedias naturales o hechos pintorescos. Si se hace difícil mostrar al menos algo de esa real imagen de país, de Arica a Magallanes, lo que cabe es fortalecer los medios locales de toda índole.
Olvidamos o excluimos a los pequeños personajes que jamás aparecerán en las historias oficiales, pero que de formas insospechadas o poco reconocidas contribuyen a hacer país. Seamos originales, salgamos de los protagonistas obvios o repetidos. No solo la política levanta héroes. Cuando escribimos la primera biografía sobre Violeta, nadie lo había hecho antes. De Rosa Yagán, ¿quién sabía algo? Hoy su relato lleva 9 ediciones, es conocida no solo en Chile y muchos investigadores citan sus palabras. ¡Una yagana del fin del mundo!
Soy usuaria de las redes como medio de comunicación y, por lo tanto, soy parte de ese gran campo de acción que tiene la inteligencia artificial y que algunos no reconocen como tal. Estamos inmersos en ella.
Para el periodismo, será cada vez mayor la dependencia de sus recursos de generación y transmisión de contenidos, pero a partir de lo que ya está en el menú ¿Qué hará la IA con los hechos nuevos? ¿De dónde obtendrá los datos si alguien no se los provee? Quizás anticipará un vaticinio en una elección, pero no puede inventar la gran cantidad de hechos que conforman la actualidad noticiosa. Creo que en lo ideal debiera ser una convivencia y no una competencia desleal, donde perdamos nosotros, “los tradicionalistas” de la información, los que salimos a reportear, los que entrevistamos o interpretamos los sucesos.
Estudié en tiempos de gran inestabilidad y desorden, pero a la vez muy estimulantes. Se suspendían las clases con frecuencia, lo que no me gustaba, y la polarización política del país no era grata, pero a la vez nos obligaba a pensar, a discutir, a mirar más allá de los pequeños mundos de donde proveníamos, a tener puntos de vista críticos sobre la sociedad chilena e internacional. Y ese era el espíritu dentro de la Universidad.
Los profesores estaban en sintonía con los tiempos: Mario Planet, Alfonso Calderón, Mauricio Amster, Camilo Taufic, Domingo Ulloa. Cada uno de nosotros buscaba su espacio, su ubicación en ese microcosmos universitario, como camino para el futuro. En esos años, siendo estudiante, partió mi historia en el periodismo literario con la biografía de Violeta. Me siento muy orgullosa de mi universidad.
Son indispensables y con mayor razón en regiones extremas como Magallanes. Es una mixtura de rol educacional con su deber de fortalecimiento geopolítico y, sobre todo, con su rol social para cientos de familias que no pueden enviar a sus hijos a estudiar en otras regiones o en Santiago y que últimamente prefieren no hacerlo. Está obligada a diversificarse con un gran esfuerzo, porque el mercado es pequeño y la matrícula reducida, pero esa alianza entre Estado, Universidad y territorio es imprescindible y hay que protegerla, exigirle y proyectarla.
Francisca Palma