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En el marco de una pandemia global que tuvo su primer caso durante la primera quincena de diciembre de 2019 en Wuhan, China, las medidas sanitarias de todos los gobiernos del mundo han sido más o menos insuficientes en distinta medida producto, principalmente, de una decidida administración neoliberal de la salud. Dicha forma de hacer las cosas se caracteriza, como si se tratara de una “receta”, de una disminución paulatina (recorte presupuestario) de camas, equipos e instalaciones médicas, lo que ha ocurrido tanto en China como en Estados Unidos, y ciertamente, está ocurriendo en Chile, aunque el gobierno de Sebastián Piñera, señale cada mañana, a eso de las 10:00 AM por cadena nacional, que se han integrado nuevos respiradores o que el Espacio Riesco ha comenzado a funcionar. A pesar de la abundante propaganda estatal y un costoso programa de marketing político desplegado, pareciera que la crisis con mayúscula está ciertamente ad-portas de colapsar nuestro debilitado sistema sanitario.
“Sabemos” mucho de lo que está ocurriendo con la pandemia, al menos desde su televisación espectacular que repara en el “caso humano” y en la tragedia individual o migrante. Desde matinales (todos con un importante staff de especialistas de todo tipo, doctores, políticos de profesión y ministros o ministras del bloque en el poder) hasta noticiarios, hacen toda clase de notas y reportajes vinculados con el virus. Sin embargo, poco y nada se ha dicho mediáticamente de la instrumentalización política del riesgo sanitario desplegada por el gobierno de Piñera, para llevar adelante un conjunto de medidas de excepcionalidad jurídica con fines menos altruistas que controlar el contagio del Covid-19. Se trata más bien -siguiendo el guión del “Estallido social de octubre”-, de limitar la libertad de reunión y de justificar, ahora sí, el despliegue de los boinas negras y de todas las fuerzas de seguridad del Estado. En ese sentido, todo el aparato represivo del gobierno, tan afinado desde fines de 2019, tiene como objetivo primario contener la movilización social y el descontento generalizado que, con la Pandemia, ha mostrado justificación frente a la precarización e indefensión en la que vive la mayoría de la población chilena, debido a décadas de políticas neoliberales en el país.
La crisis, primero social y luego vírica, ha demostrado que no puede ser gestionada por el stablishment de otra manera. Para Piñera y su coalición neoliberal y conservadora la solución es simple: emplear un lenguaje militarista apelando a “el implacable enemigo” (en Octubre del año pasado) y, ahora, posicionar al virus como un adversario equivalente al que hay que vencer en la “batalla de Santiago”. Se trata siempre de la exacerbación de la lógica del “enemigo interno”, de un “cáncer” que hay que identificar y vencer, y ante todo, dejar en claro que proviene de las fauces mismas del corpus social. Las mismas metáforas añejas que, desde la dictadura de Pinochet, nos han acostumbrado a escuchar por doquier. Como si ocupar un lenguaje bélico nos insuflara de épica y, mágicamente, nos convirtiera en disciplinados soldados de la razón de Estado. Pero, claro, omitiendo estratégicamente todo el contexto de pauperización social y de diferencias de clase expresadas en el precario autocuidado que puede darse un importante sector del pueblo de Chile frente a la Pandemia.
En ese sentido, la fórmula frente a la crisis general de la administración Piñera se reduce principalmente a aparatos represivos en las calles más un lenguaje recargado de metáforas militares y acompañado de una fuerte y costosa campaña de marketing político. Una tríada que ha tenido como único fin, suturar el descontento de buena parte de los chilenos y chilenas. ¿Y cómo se realiza esto? A través de la fuerza desnuda del poder estatal y el despliegue de los relatos de amenaza latente, que van desde el daño a la economía hasta el aumento exponencial de los contagios por coronavirus. Pero todo para justificar la conculcación de la libertad en beneficio del orden o de una “nueva normalidad”.
Ejemplo de lo anterior hay por todos lados, desde octubre hasta hoy. Territorios como Lo Hermida en Peñalolén y Villa Francia en Estación Central han debido presenciar la instalación de puntos fijos en materia de seguridad, en los que la impunidad policial y militar están a la vuelta de la esquina, tal como aconteció, luego del estallido, en los allanamientos varios realizados por policías en distintas y populosas comunas y barrios. Por redes sociales y medios independientes se han filtrado informaciones relacionadas con disparos y agresiones por parte de la policía a personas que, presuntamente, violaron el toque de queda, el que en materia sanitaria no se explica por ninguna parte, ya que un toque de queda nocturno no guarda relación alguna con la contención efectiva de la propagación del virus.
El descontento subterráneo expresado en los trabajadores provenientes de comunas periféricas aglomerados en las instalaciones de Metro en las madrugadas de la semana hábil, deja al descubierto, la política gubernamental de priorizar la economía por sobre la salud y la vida de las y los trabajadores de esta país, los que ven con angustia la instrumentalización mediática de la pobreza. Esta violencia, acompañada del total abandono de la vejez y los trabajadores explotados y autoexplotados, aglutinados en el engañoso término “micro y mediana empresa” deja al descubierto la violencia y los rasgos autoritario de un régimen económico que, poco a poco, ha ido abandonando sus ropajes democráticos y que ha dejado la fuerza como mecanismo de control de una población cada vez más cansada.
Piñera, afectado por la crisis social de octubre e incapaz de esconder sus ropajes autoritarios, ya sea por torpeza política o megalomanía, se fotografió “ingenuamente” en medio de la plaza Dignidad el 3 abril pasado, imagen provocadora que operó como símbolo de victoria de guerra, aunque de carácter efímero, pues meses atrás estaba copada por la movilización social más grande vista en la historia republicana reciente. En el gesto fotográfico, el Presidente de Chile no tuvo ni el más mínimo interés en utilizar mascarilla, dejando en claro, además, su poca preocupación por la crisis sanitaria, incluso un relevante intelectual de la corte, como es Carlos Peña, acusó al Presidente de torpeza en su grado máximo. ¿Pero qué estaba en juego con la decisión de fotografiarse solo en una vacía Plaza de la Dignidad? La respuesta es evidente y no admite dobles lecturas. El anhelo de Piñera de derrotar la revuelta social, aunque fuese mediado por la Pandemia. La fotografía fue la expresión concreta de una necesidad de ganar a toda costa, como solo lo sabe hacer un político con orígenes en el mundo de la especulación financiera y que opera con “chispeza”, con pillería.
El uso indiscriminado de metáforas militares y de gestos como el de la fotografía presidencial no deben ser causa de indignación (por lo demás este es un afecto evanescente y sin proyección). Solo es el umbral de respuesta que un gobierno neoliberal y conservador puede dar, esto, obviamente, desnuda su ideología y el mundo al cual pertenece. Mundo que no ha cambiado lo suficiente para volverse civil, aunque ya hayan pasado varias décadas de la dictadura de Pinochet.
En este panorama político marcado por un franco giro autoritario del bloque que está en el poder y administra el Estado neoliberal, el futuro es incierto. Por un lado, el virus ha tomado ribetes inestables en términos categoriales, ha sido calificado como resfrío y como enfermedad mortal, sin afán de colocar en tensión esta incapacidad científica de saber qué es exactamente este virus. Lo cierto es que su existencia y poder de transmisión, la que no está puesta en duda, ha sido utilizada por el gobierno chileno como un tanque de oxígeno para frenar las protestas sociales que han echado a andar las fuerzas históricas de transformación social producidas por el hartazgo de buena parte de chilenas y chilenos. Esta utilización política ha venido acompañada de un robustecimiento del equipamiento represivo y la logística que tiene por objetivo controlar a los sectores de la población que se declaran en rebeldía, además de un recrudecimiento en el trato hacia los sectores más populares y una impunidad de facto de las fuerzas represivas.
Frente a este ambiente político, la categoría ciudadana se encuentra en riesgo, hacer notar esto con decisión y elocuencia debe volverse estratégico antes de que sea demasiado tarde.
Claudio Salinas, Doctor en Estudios Latinoamericano y Coordinador Académico Magíster en Comunicación Política del ICEI.
Alejandro Lagos, Coordinador y Magíster en Comunicación Política ICEI.