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Experto en documental japonés, Kazuki Niiya
El especialista en cine japonés Kazuki Niiya está de intercambio en FCEI, en el marco de su Doctorado en Artes en la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio. Aquí conversamos sobre la tradición de documental japonés, sus diferencias con el documental chileno y los desafíos que tiene por delante. El académico estará de visita hasta septiembre de 2023 y espera seguir profundizando en los movimientos colectivos de documental chileno durante su estadía.
La primera vez que Kazuki Niiya vio Cien niños esperando un tren de Ignacio Agüero quedó conmovido con las enseñanzas de Alicia Vega. Fue en 2017 en el Festival Internacional de Yamagata en Japón cuando conoció a Agüero, que estaba como jurado en el festival y realizó un taller de cine para niños en una escuela de Yamagata, donde Kazuki lo acompañó como traductor. “Fue una experiencia maravillosa, desde ahí empecé a interesarme en cine y educación”, recuerda hoy el especialista en cine japonés.
Anteriormente, Kazuki ya había realizado un master en Artes donde indagó en el movimiento documental de Cuba. Quería cambiar de rumbo y fue así como llegó a Chile, en el marco de sus estudios de doctorado en la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio. “Quería revisar documentos, y ver cómo ha cambiado en cada época el concepto de movimiento. Cómo se ha renovado y reconsiderado el concepto de cine colectivamente. Me interesan mucho los talleres de Alicia Vega, y también la Escuela de Cine Popular, de Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda, eso me parece muy interesante. Es un tipo de actividad y movimiento muy contemporáneo, pero también tiene características del nuevo cine latinoamericano”, explica.
El miércoles pasado Kazuki Niiya realizó la charla “Poética de la colectividad: una mirada al cine documental japonés” en el auditorio Jorge Müller, donde mostró fragmentos de dos importantes documentalistas: Noriaki Tsuchimoto y Shinsuke Ogawa, que fueron parte de los movimientos políticos de los sesenta y setenta en Japón. En la instancia, el especialista comentó los cambios que había tenido el país nipón en su desarrollo durante el siglo XX y el impacto que habían tenido estos directores en la filmografía de ese país.
Hasta 2004, Tsuchimoto había realizado 17 películas sobre la enfermedad de Minamata, un síndrome neurológico permanente que se produjo a causa del mercurio que emitió la empresa química Chisso en Japón. Allí, no solo quiso registrar la protesta de las víctimas, sino captar sus vidas cotidianas con el mar. Por su parte, Shinsuke Ogawa documentó el movimiento de campesinos sobre la construcción de un aeropuerto en Japón y decidió mostrar su vida al trabajar la tierra.
¿Cómo observas el concepto de colectividad en Chile y en Japón?
En los años sesenta a nivel mundial había un movimiento político y cinematográfico muy grande. Me parece que en Latinoamérica se habla mucho esos tiempos revolucionarios, un poco ortodoxos, con cine muy político. Yo quería retomar esta idea de movimiento, en el sentido político y en otros sentidos también. En Japón en los años sesenta y setenta hay movimientos estudiantiles, el cine trataba de captar eso. Me parece que el concepto de colectividad acá es muy fuerte. Los documentales se posicionan. En Japón le dan más importancia a cómo se construye una mejor relación entre los personajes, quieren mantener una muy buena colectividad. Creo que es un punto distinto. Los documentales japoneses siempre se preocupan de no ofender a sus personajes.
¿Sientes que el documental chileno hoy toma posición?
Sí, la manera de hacer documental es distinta, Japón es un poco especial en eso.
¿Qué tradiciones del documental sientes que es posible identificar en Japón?
Creo que va en cómo se relacionan con el personaje que está sufriendo. Ogawa fundó un movimiento sobre la construcción de un aeropuerto en un campo de Japón. Hubo una batalla muy grande entre campesinos y el Estado. Ogawa estaba del lado de los campesinos, pero no solo atacó al Estado, no solo denunció, sino que filmó su vida cotidiana y cómo mantenían la unidad. Se parece en eso a La batalla de Chile. Los personajes que se muestran en la película son muy atractivos. Tsuchimoto filmó la enfermedad de Minamata, causada por una empresa química. Vivió junto a las víctimas y estuvo en el campo de batalla, donde mantuvo una relación muy fuerte con los personajes. Es una tradición muy especial de Japón. Los documentalistas de ahora no pueden hacer tantas películas del mismo tema o vivir diez años en el lugar de la filmación, pero les interesa tener una buena relación con sus personajes. En Chile me parece que se trabaja mucho material de archivo en documental, es muy notable el cine de autor.
¿Por qué te interesó venir a Chile a estudiar documental?
Bueno, en mi trabajo de magíster estudié cine cubano de los años sesenta. En esa época Cuba tenía una organización estatal, tenía todo cubierto. Me interesó ver cómo el cine pudo generar un espacio distinto dentro de un país muy homogéneo. Ahora para mi tesis doctoral quería hacer otra cosa, enfocarme en movimientos más espontáneos, más pequeños. En ese punto Chile me parece muy interesante. Primero me entusiasmó La batalla de Chile de Patricio Guzmán. Acá hay bastantes movimientos únicos, pero me parece que no se estudian mucho en cuanto a movimiento.
¿Qué nexos ves tú entre el documental chileno y el japonés?
Ambos países con sus documentalistas están muy preocupados por el tema de la memoria. Es el caso de Japón, luego del terremoto de 2011, que para los japoneses fue un gran golpe de realidad. Hay nuevos cineastas que se preocupan del modo de narrar la memoria. En Chile también el tema de la memoria es importante. En Japón vi Las Cruces de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez, sobre una masacre que ocurrió en dictadura, usando mucho archivo. Creo que la memoria es un tema común entre Japón y Chile.
Victoria Ramírez