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Carlos Ossa y Juan Pablo Arancibia
Ambos académicos se adjudicaron una licitación lanzada por el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) a objeto de realizar un estudio bibliográfico sobre los géneros televisivos de ficción y no ficción. ¿El objetivo? Hacer un examen de los textos que han abordado esta temática para generar nuevos criterios de regulación y establecer así los nuevos indicadores de calidad para la TV chilena.
Si usted es los que sueña con una televisión abierta que emita contenidos de mayor calidad al alcance de todos, o al menos que garantice una mayor cantidad de segmentos orientados a satisfacer los paladares más exigentes, entonces ya va siendo hora de que se ponga cómodo en su asiento y se arme de paciencia puesto que la espera se visualiza larga, demasiado larga, tanto que corre serio riesgo de morir esperando. Esperar un cambio en la TV abierta parece un ejercicio estéril, por lo que no está demás hacer la pérdida de una buena vez y barajar otras opciones: si tiene el dinero, contrate un operador de cable; o bien cruce los dedos para que, de no mediar desviaciones excesivamente mercantilistas en la discusión parlamentaria, la futura televisión digital sirva efectivamente de plataforma para señales que apunten a una mayor diversidad de contenidos.
Así de de crudo es el panorama que pinta el profesor del ICEI Carlos Ossa acerca de las futuras proyecciones de una televisión abierta que ha de continuar subsumida en la homogeneidad y su falta de innovación. La dinámica comercial de la TV -y que consagra el rating como único indicador de validación de contenidos- resta fuelle a cualquier pretensión destinada a probar nuevas fórmulas. Y el público, contrario a una idea extendida en la población, no tiene mucho que decir en el diseño de una televisión sujeta a esquemas bastante pétreos, según el profesor Ossa.
"Por mucho tiempo prevaleció un enfoque moralizante que quiso imponer a la TV un enfoque educador o generador de campos problemáticos sobre la cultura. Cierto es que algunos lo hacen, pero son los menos, insignificantes ante lo que predomina en la pantalla chica. De igual modo, lo que se ve actualmente en televisión no es lo que demanda el público, sino que es impuesto por los agentes comerciales. Así de simple", sostiene el profesor Ossa.
En suma, lo que tenemos en Chile es la resignación del público a los contenidos que emiten los canales. Y ya que no hay muchas opciones donde elegir, la audiencia no tiene más que conformarse a lo existente y adecuar sus expectativas. "Lo que hace la TV es masificar el estilo, y su repetición y cotidianeidad se termina naturalizando, y el rango de expectativas más bien tiende a congeniar en una disputa por la audiencia que surge a partir de programas trabajados y vistos. No es el público el que la diseña. La TV es tan tautológica y autorreferente que hace alusión a ella misma. A la postre, todos los canales compiten por la esquematización narrativa vinculadas a decisiones políticas y económicas de la televisión. Nada tienen que ver aquí los gustos y las tendencias...", añade.
El esquema está claro no en cuanto a la programación diaria, dice el profesor Ossa. También se observa un patrón definido que no muta y que gira en torno a hitos noticiosos muchas veces vinculados al consumo. En suma, en Chile tenemos una visión rentista de la televisión que -así como ocurre con la cultura rentista que tanto se critica a los grandes grupos económicos de Chile- opera en base a una fuerte aversión al riesgo, prescindiendo de la innovación pues se asume consciente de la cautividad de los mercados y sus posiciones oligopólicas. En suma, ¿para qué cambiar o probar fórmulas nuevas si, a la larga, las audiencias terminarán sintonizando lo que la televisión les entregue? ¿Quién está dispuesto a asumir el tremendo costo profesional y económico de acometer una empresa tan riesgosa?
Así es la televisión chilena: previsible, a decir de Carlos Ossa: "El día empieza con los matinales, les siguen los programas de relleno y transición al mediodía, luego los noticiarios, después las teleseries, más tarde los programas juveniles, luego otras teleseries, noticiarios nocturnos y programas estelares o late show.
Curiosamente se parece a la estructura informativa y de entretención del año. Tú sabes cómo empieza el día y cómo termina; de igual manera cuál es la progresión de la agenda anual: empezamos el verano con noticias sobre vacaciones y el Festival de Viña, en marzo se da a paso a la vuelta del colegio y las propuestas de créditos -ahí se ve esa relación entre educación y entidades financieras-, en invierno aparecen las enfermedades respiratorias, el smog; en septiembre aparecen las Fiestas Patrias y a fin de año cerramos con la Teletón y la Navidad. ¿Dónde va a estar la audiencia incidiendo sobre algo que ya está programado?".
Y remata: "Actualmente hablamos muy poco sobre la calidad de la televisión. El debate ha desaparecido pues las programaciones y las rutinas han consolidado el cuadro actual. El público no es más que el fantasma que legitima un tipo de TV, en cuyo nombre se crea una televisión de estas características, aunque sabemos bien que el público no decide nada y que al final del día estará obligado a verla incansablemente".
Respecto de la licitación del Consejo Nacional de Televisión, el profesor Carlos Ossa sostiene que "presentamos una propuesta que persigue, en un plazo de dos o tres meses, entregar un informe acerca de cuál es la discusión que se está dando y qué elementos pueden ser útiles para que los reguladores tengan una orientación. De este trabajo saldrán esos criterios a tener en cuenta para discutir sobre la calidad de la televisión. Sé que es difícil trabajar en estos temas sobre televisión cuando impera una lógica puramente comercial, pero entendemos que es parte de la misión institucional del CNTV", concluyó.
Roberto Bruna