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Falleció a los 83 años de edad
Sus clases de periodismo político en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile fueron enriquecedoras. Lucían como una reunión de pauta donde las respuestas de las y los estudiantes se cruzaban con los análisis irónicos de la profesora, quien ya miraba con ojos críticos la transición política —a medias— del país. Su historia es la de la primera directora de una escuela de periodismo en América Latina, que vivenció con valentía el exilio. También es la historia de un origen doloroso en medio del Holocausto nazi.
Ayer miércoles 23 de junio llovió en Santiago y en horas de la tarde comenzó a circular por diversos grupos de WhatsApp de exestudiantes de la universidad la noticia de su muerte. Irene Geis no pasaba desapercibida desde que llegaba a la Escuela de Periodismo en un auto pequeño, con varios periódicos bajo el brazo. A veces se maquillaba frente al espejo retrovisor antes de bajar, aunque no le gustaba, pero decía que en su época las periodistas andaban sobre tacos y se la pasaban rodeadas de hombres del mismo oficio, envueltas en el humo de los cigarros y en bares de mala muerte, donde ocurrían conversaciones interesantes y acaloradas sobre Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende. Irene era brava y elegante a la vez, así se veía en sus fotos en blanco y negro.
Un par de veces, al terminar la clase, contó de su pasado. Había llegado a Chile tras la persecución a su familia judío-alemana, a estudiar directamente al Liceo 7 de Niñas de Providencia; entre los años 1956 y 1960 había integrado una de las primeras generaciones de la Escuela de Periodismo de la Chile, ubicada en la calle Los Aromos.
Después fue parte de La Tercera de la Hora, la revista Flash y la revista 7 días. También se desempeñó como libretista y conductora en el Canal 9 de la universidad. En esos años se desempeñó como directora de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción.
Sin embargo, vino el golpe militar, el exilio y las corresponsalías hacia medios extranjeros.
En 1976 vivió también el golpe de Estado de Jorge Videla en Argentina, sucedido por una dictadura similar o peor a la chilena. Ahí se había desempeñado como asistente del director del periódico La Opinión, Jacobo Tiemerman. Siempre habló bien de esa época también. De lo que había aprendido de ese periodista y escritor. No le molestaba haber sido su asistente, porque en otras palabras ella era colega, consejera y redactora.
Tras la catástrofe, viajó unos meses a Alemania Oriental y en 1977 regresó a Chile, donde entregó sus habilidades reconocidas en el mundo de las letras y el reporteo. Trabajó en Hoy y Análisis. En 1987 tuvo la importante labor de dirigir el periódico de oposición Fortín Mapocho.
En 2017, para el 64º aniversario de la Escuela de Periodismo, fue reconocida por su trayectoria relevante. Esa tarde y para la ocasión la fueron a buscar en taxi a su casa, y mientras entraba al Instituto de la Comunicación e Imagen para la ceremonia hubo un temblor grado 6 en Santiago: Irene ya caminaba con mucha dificultad: el movimiento del suelo apenas la inmutó. A través de un discurso escrito a mano, profundizaría en su sensación de un país que no había cambiado, en su experiencia de toda la vida y en cómo recordaba a sus colegas periodistas fallecidos. “Ahora soy una vieja y mis días no son los de antes, se van viendo teleseries turcas de suegras malvadas y venganzas”, decía el escrito, luego de hacer sus análisis políticos correspondientes.
Pero no solo fue una periodista de esas clásicas, que hicieron maravillas con un lápiz, una libreta y una máquina de escribir. No solo había pasado por el horror de una guerra, teniendo que sacar una letra de su apellido para no ser reconocida por los nazis en Chile (porque antes de venir a Chile era Geiss y no Geis); había publicado una serie de novelas y cuentos. Copa de Vinagre se llamaba una de ellas, que narraba la vida de una mujer sola que recibía tarjetas y botellas de vino, pero que ella misma se las enviaba.
En su casa de la comuna de La Reina no había botellas de vino, pero sí cientos de fotos con grandes periodistas chilenos y extranjeros. Al lado de su silla de ruedas siempre la acompañaba su perro. Irene lo acariciaba a pesar de su artritis.
Tenía recortes de prensa en distintos idiomas, nunca estuvo desinformada. Había sido ciudadana del mundo y del periodismo. “Si ustedes son mujeres y no saben manejar nunca van a ser libres. Así cuando quieran salen arrancando de la casa y cruzan la cordillera”, nos aconsejó. Una vez la persiguió un auto con un agente de la CNI. La periodista recordó que anduvo lento y luego más lento, hasta que el “sapo” se aburriera.
Irene Geis tenía libertad para regalar a las más jóvenes, para manejar el manubrio y la vida.
Tania Tamayo Grez, académica FCEI U. de Chile