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Hasta entonces, el periodismo se nutre de escritores, abogados, políticos o de aquellos que se forman en el trabajo práctico de redacciones y talleres. Un halo de aventura y bohemia se desprende de la profesión. La prensa santiaguina recoge la virulenta polémica que desata la iniciativa de crear una escuela universitaria. Muchos profesionales consideran una atrocidad que el periodismo pueda enseñarse. Lo que determina a un buen periodista son las condiciones naturales del individuo, su estilo y "olfato periodístico", aseguran los detractores de la idea.
El escritor, periodista y más tarde primer director de la escuela, Ernesto Montenegro, respondió en Las Últimas Noticias del 31 de agosto de 1952 de la siguiente manera: "Algunos viejos profesionales dicen que la idea de convertir en periodistas a todos los que aspiren a serlo es absurda, pues el buen periodista es el que se ha formado en la libre competencia, por el saludable proceso de eliminación de los incapaces...Una escuela universitaria tiene otros objetivos. En tal escuela se puede afinar el instrumento capital del periodista, que es la pluma; o para hablar con mayor propiedad, su capacidad, la precisión y eficacia que debe tener el estilo periodístico. No hay exageración en decir que la mitad del vocabulario es de uso incorrecto y la otra mitad enteramente innecesaria. Una Escuela de Periodismo bien programada une la formación técnica con la intelectual. La inteligencia del periodista robustecida con un bagaje de conocimientos. Le habilita para juzgar con más certeza y para criticar con más justicia. También permite acceder a una formación ética. El alto periodismo debe ser una escuela de integridad moral, de respeto por la verdad, de urbanidad y tolerancia bien entendida".